El tercer día de duelo nacional y de honores de estado decretados por el Gobierno para Alberto Fujimori, empezó con una misa en el Gran Teatro Nacional. Al terminar, Kenji Fujimori se dirigió al público sollozando. Llamó a su padre héroe y recordó anécdotas de su niñez. Luego agradeció a Pedro Pablo Kuczynski por el indulto del 2017.
Ese indulto que Kenji mismo negoció con PPK y que le costó la pelea con su hermana, el cargo de congresista, una condena de cuatro años de cárcel no efectiva y el fin de su carrera política. «Son las últimas palabras que le vamos a dar a papi», le dijo a Keiko, quien habló después.

Keiko Fujimori empezó recordando el odio y la venganza de los enemigos de su padre. Anunció que continuaría su legado y al medio de su discurso sentenció: «¡El pueblo peruano te ha absuelto!». Al terminar, entró la cuadrilla de hombres negros en esmoquin negro y guantes blancos a retirar el ataúd, mientras sonaba de fondo El ritmo del chino. No era la versión lenta del inicio de la misa, sino la tecnocumbia original de las elecciones del 2000. Fue quizá el último acto político de Alberto Fujimori y el primero de la campaña de su hija mayor para el 2026.
Cualquier persona pudo visitar el ataúd de Fujimori el jueves y viernes. El primer día del velorio fue un desfile de autoridades y políticos. Una de las primeras en llegar fue Dina Boluarte, junto al premier Gustavo Adrianzén, y los ministros de Educación, Salud e Interior.

Boluarte abrazó a Keiko y Kenji, y se tomó una foto rezando frente al féretro semiabierto,. Las principales instituciones del Estado publicaron mensajes en sus redes sociales lamentando el fallecimiento de Fujimori y expresando sus condolencias.
En la tarde del viernes, la entrada al salón Nasca del Museo de la Nación estaba flanqueada por arreglos florales. Una joven de sastre negro recibió a los visitantes de la fila preferencial. También les ofrecía el libro de Fujimori, Palabra del chino, a treinta soles. Los visitantes seguían un circuito que bordeaba una especie de zona VIP, donde estaban la familia y los partidarios de Fuerza Popular.
Afuera, la fila de personas daba la vuelta a la manzana. En el trayecto, vendedores ambulantes ofrecían fotos y láminas de Fujimori, llaveros, rosas blancas, polos, vinchas y viseras naranjas.

Una anciana con una foto de Fujimori en una mano y una rosa blanca en la otra exclamó «Ha ido a mi pueblo, distrito de Lahuaytambo en la provincia de Huarochirí», mientras avanzaba hacia el ataúd.
El horario de visita se extendió hasta la medianoche tanto el jueves, como el viernes. El día sábado, cientos de personas vieron la misa del Teatro Nacional en una pantalla gigante en la explanada del Museo de la Nación. Antes de dirigirse al entierro en el cementerio Campo Fe de Huachipa, el cortejo fúnebre pasó por Palacio de Gobierno donde recibió un homenaje de Boluarte. El ataúd pasó por una alfombra roja flanqueada por los Húsares de Junín.

El funeral de Alberto Fujimori marcó una nueva fase en el debate nacional sobre su legado. Fuerza Popular y los medios tradicionales se encargaron de reforzar la idea de Fujimori como salvador del Perú. Dina Boluarte olvidó que hace tres años llamó a Fujimori «el sexto presidente más corrupto de la historia».
La CONFIEP, el gremio empresarial nacional, publicó un comunicado destacando los logros económicos y de la lucha contra el terrorismo de Fujimori. El comunicado no menciona algún aspecto negativo que balancear.

En redes sociales, la batalla fue principalmente de memes e insultos. «Uno debe de respetar al otro por más que piense diferente”, dijo la congresista fujimorista Martha Moyano. «A no ser que sea terrorista», puntualizó, contextualizando su concepción del disenso.
Gisela Ortiz, exministra de Cultura, calificó de vergüenza y de contradicción el homenaje estatal a Fujimori, quien quedó debiendo una reparación civil de 57 millones de soles. Luis Enrique Ortiz, hermano de Gisela, fue uno de los ocho estudiantes de La Cantuta secuestrados y asesinados por el Grupo Colina, matanza, junto con la de Barrios Altos, por la que Fujimori recibió una condena de 25 años de cárcel por ser el autor mediato.

«Debemos rendirle homenaje por todo lo que hizo y saber olvidar lo que hubiéramos querido que no sucediera», declaró el recientemente destituido canciller Javier Gonzáles Olaechea, desplegando una capacidad de negación que sintoniza con el establishment y con parte de la población.
Además de la condena por asesinato y violación de los derechos humanos, Fujimori tuvo tres condenas por corrupción. Una de seis años por hacer pasar a un policía como fiscal en el allanamiento de la casa de Vladimiro Montesinos. Otra de siete años y medio por pagar USD 15 millones de CTS a Montesinos. Y una de ocho años por comprar la línea editorial de dos canales de cable y de casi una decena de diarios para su campaña de re reelección en el año 2000.

El sábado, durante la homilía, el sacerdote preguntó: «¿Quiénes somos nosotros para juzgar a los demás?», remarcando que el mensaje central del evangelio es el perdón. «El perdón lo pides cuando te sientes culpable, quizás no se sintió culpable», declaró la excongresista fujimorista Maria Luisa Cuculiza, elaborando una explicación al porqué Fujimori nunca pidió disculpas por sus delitos.
Keiko Fujimori fue más allá durante su discurso en la misa de su padre. Sobre el escenario del Teatro Nacional lo absolvió en nombre del pueblo peruano. Dijo que su padre había ganado el juicio. No el juicio humano, el de las personas. «Ganaste el juicio de la historia», dijo. Como si con esas palabras, los peruanos hubiéramos terminado de significar la muerte del autócrata.
