Furias y penas del “Oráculo”

Gian Marco Gutierrez

Gian Marco Gutierrez

quipu24@gmail.com

Furias y penas del “Oráculo”

El último 9 de enero se cumplió un año de la partida del reconocido historiador Pablo Macera Dall'Orso. Con sus luces y sombras, aquí lo recordamos.

“¿Pablo, ya se te subieron tus demonios?”, le preguntó en carcajadas aquella vez Ileana Vegas al historiador, quien gritaba sin piedad, crispado, furioso. Era un fino conversador, pero una palabra no grata incendiaba su pradera. “Era difícil de carácter. No era una persona común y corriente. No toda la gente podía sentirse cercano a él. Podía estar conversando sonriente, pero podía molestarse y gritar”, revela Vegas, quien lo conoció de adolescente, cuando el historiador Raúl Porras Barrenechea visitaba su casa junto a su jovenzuelo y predilecto discípulo.

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Pablo Macera entró a la Universidad de San Marcos a los 16 años y, desde las primeras lecciones de historia, reveló su vivaz inteligencia, su capacidad analítica. Notó y apreció esas virtudes Porras y, por eso, Macera empezó a frecuentar su casa de Miraflores. Su maestro le había pedido que lo asistiera en sus investigaciones de historia. Esa rica biblioteca de la calle Colina no solo fue el paraíso del joven Pablo. Mario Vargas Llosa, Hugo Neira, Carlos Araníbar también lo disfrutaron: Porras fue siempre una guía segura y severa para sus discípulos.

“La relación de Pablo con Porras estuvo siempre nimbada de un profundo y recíproco respeto y simpatía. Porras se veía reflejado en las rebeliones de Pablo, en sus intemperancias”, detalla su hermano Julio Macera, quien radica en Italia desde 1956. Porras apoyaba y guiaba los estudios de Macera y le dio un puesto rentado en el Instituto de Historia de la Facultad de Letras. En el año 62 se fue Francia a estudiar gracias a una beca gestionada por su maestro. Ello le permitió conocer nuevos métodos de análisis histórico.

Un joven Pablo Macera (primero de la izquierda) junto a su maestro Raúl Porras Barrenechea. (Foto: Instituto Raúl orras Barrenechea de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos)

Macera pudo haber terminado en los tribunales, pues, culminado los dos primeros años en letras, se inscribió en Derecho. Su breve paso como practicante por el estudio de Ismael Bielich y, principalmente, el trato con notarios y jueces lo alejaron de la abogacía. Sin embargo, concluyó sus estudios, pero nunca ejerció. Durante ese periodo, siguió las clases de Historia del Derecho Peruano de Jorge Basadre, con quien más tarde plasmaría la obra Conversaciones. Ambos tenían la costumbre de intercambiar libros de literatura.

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Pablo Macera Dall‘Orso nació, en Huacho, el 19 de diciembre de 1929. Heredero de un linaje que apela a la leyenda de ser descendiente de condes, curacas y almirantes. “Ambos apellidos son de origen italiano. Yo prefiero suponer orígenes burgueses de profesionales vinculados con el mar, el comercio, la milicia, la medicina”, considera Julio. El padre de ambos fue aprista y el abuelo cacerista, ambos se sublevaron en armas por sus ideales políticos. La rebeldía y el fuerte carácter de Pablo venían de familia.

A raíz de la rebelión de su padre, Pablo Macera Castro, su familia tuvo que huir a Lima, a la casa de su abuela materna. La madre junto al historiador, su segundo hijo Vicente y otro familiar tomaron el tren hacia Lima. Su primera infancia transcurrió en la casa de Púlpitos, entre el fuerte de Santa Catalina y la Plaza Italia, en el Centro de Lima. “Rodeados del afecto de nuestros padres, de nuestra abuela, de las tías Amelia y Dorila crecíamos en esa casa grande y acogedora, con patios amplios y luminosos que un añejo jazmín perfumaba. Íbamos al colegio de Jesús Reparador a pocos pasos de la casa”, recuerda Julio.

Pablo leía perfectamente a los cuatros años, sus cinco hermanos menores también. Dotado para los cursos de humanidades, sin embargo, la raíz al cuadrado no era lo suyo. Tenía una facilidad para memorizar que agudizaron sus dotes analíticos. No fue un alumno destacado, pero sí aplicado. A menudo merecía premios. Cursó estudios en los colegios La Salle e Hipólito Unanue. Durante esa etapa su familia vivió dentro de un entorno lleno de preocupaciones económicas.

Su padre siempre se mostró orgulloso de su hijo mayor y en él depositó todas sus esperanzas. Una vez, cuando trabajaba como contratista en la carretera Panamericana, puso a Pablo, que tendría 9 o 10 años, al volante de un volquete para que tuviera balanceado el freno del camión, evitando que se deslizara desde el nivel en que estaba estacionado. La relación con su padre fue buena, pero en edad madura no faltaron las peleas. El tiempo todo lo arregla.

Una de las últimas fotografías tomadas a Pablo Macera, quien falleció el 9 de enero del 2020. (Foto: Andina)

Ambos, en 1945, sostuvieron prolongadas discusiones sobre temas ideológicos. “Mi padre era un empedernido libertario. Quizás rayano en la anarquía. Pablo sostenía, en cambio, tesis demoliberales de autoridad, de libertad responsable. Ambos concordaban en los principios de justicia social. Terminaban sin llegar a conclusiones, cada uno con sus ideas, en armonía familiar”, enfatiza Julio. En ese entonces la familia Macera vivía en la calle José Díaz 274. Y su economía familiar no alzaba vuelo.

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En edad adulta, Pablo Macera gestó tres familias y cinco hijos. Su hijo mayor Javier guarda gratos recuerdos de su padre. “Él era un hombre cariñoso, engreidor”, añora. El historiador fue un capo jugando ajedrez. Aprendió a mover las piezas de muy niño con un juego de ajedrez elaboradas con migas de pan. Por eso, no quiso que Javier se quedara atrás y lo puso un profesor desde los 8 años. El resultado: el hijo llegó a ganarle al padre. Empresa difícil.

“Mi padre era un tipo con un carácter bien difícil, era temperamental, no era una persona que se llevara con todo el mundo”, agrega Javier. Sin embargo, se entendió bien con el arte culinario. Era un fantasioso y refinado cocinero. Convertía la cocina en zona de guerra, desorden por doquier, pero salía victorioso: arroz con mariscos. Gloria pura. Ese don lo tuvieron también su padre y su abuelo Julio Cesar Macera. Aprendió a cocinar sin maestros, de instinto. Amaba la cocina criolla y el chifa.

Todas las personas que lo conocieron coinciden en que Pablo Macera fue hombre generoso. Siempre apoyó a quien se lo pidiese. En 1996 Carlos Atocsa, un recién egresado de la carrera de derecho, se acercó al Colegio Real con algún pretexto para conocer al historiador más importante del país. Al final de la charla, Macera le propuso hacer unos informes sobre historiografía jurídica peruana ofreciéndole una paga interesante. Su trabajo lo cumplió a carta cabal.

“Pasaron unos años y cuando quise viajar a España para una estancia de estudios en temas editoriales, la embajada me rechazó la visa. Alguien me sugirió que elaborase una carta con recomendaciones de personalidades académicas de prestigio y la primera persona que se me ocurrió fue él. Viendo su firma, muchas otras grandes personalidades se animaron a suscribir esa carta. Al final, me dieron la visa”, recuerda Atocsa. Las acciones tienen raíces.

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El Seminario de Historia Rural Andina fue su joya personal. En el añejo Colegio Real operaba como médico cirujano el mundo socio histórico del Perú. Tumbó paredes, alzó estantes y esculpió una brillante generación de historiadores. “Él cumplió un papel muy importante preparando a jóvenes estudiantes que se convirtieron luego en grandes investigadores”, comenta Lorenzo Huertas, alumno de la primera generación del seminario, que creó Macera en 1966.

Historiadores Alejandro Salinas y María Belén Soria trabajando al mando de Pablo Macera. Eran los años ochenta. (Foto: Archivo personal)

Fue una fuente inagotable de conocimientos puestos al servicio de los estudiantes. En el Colegio Real se entrenaban en el manejo y organización de las fuentes de archivo. “Cada investigador contaba con la asesoría constante del doctor, quien promovió la libertad de pensamiento y la búsqueda de criterios propios de análisis”, resalta Alejandro Salinas, quien, como cachimbo, lo conoció en 1985, cuando aún dictaba en San Marcos. En cada primera clase decía con orgullo que era huachano.

En los últimos veinte años Macera enfocó sus estudios en el arte popular y la tradición oral amazónica. “Desplegó un denodado trabajo de investigación conjunta entre historiadores y artistas nativos, que dieron como resultado la publicación de narraciones bilingües”, resalta su alumna María Belén Soria. A estos grupos nativos los trataba con cariño, siempre había un buen banquete y hospedaje. Se cuenta que alguna vez hizo un viaje por planos dimensionales para encontrar sanación: una sesión de ayahuasca.

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Él era un enardecido coleccionista de arte popular. Su casa-museo de la calle José Díaz, más que admirada era envidiada por sus visitantes: huacos, murales cuzqueños, pinturas. También era lugar de versadas conversaciones sobre política, literatura, sociología y, por supuesto, de historia. “Le gustaba dialogar con los estudiantes y nos invitaba a su casa para participar de las tertulias con sus colegas peruanos y extranjeros”, precisa Wilfredo Kapsoli, quien rompió su amistad con Macera por no asistir a su sustentación de tesis, siendo su asesor. Pablo luego le pidió perdón. Y la amistad retomó su rumbo.

En esas reuniones que se amenizaban con monopolios, naipes o se escuchaba música tuvo asistentes extranjeros de lujo. Historiadores como Pierre Vilar, Eric Hobsbawm y Roggiero Romano. No menos importante, el intelectual y autodidacta peruano Emilio Choy también era caserito. “No era una institución, era una costumbre, reunirse en casa de Pablo, a quien se le reconocía funciones de coordinador, de gentil anfitrión”, considera Julio Macera. Cuando se jugaba ajedrez, Pablo no perdonaba.

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Cuando postuló por Perú 2000, compró su ostracismo, su silencio. De requerido por los medios pasó a ser ignorado. El oráculo como solían llamarlo por sus sorprendentes vaticinios, aquel francotirador que disparaba a diestra y siniestra, aquel que no se casaba con nadie, desposó al gobierno del Alberto Fujimori. A este le vaticinó su ascenso al poder en una entrevista concedida al cronista Eloy Jáuregui: “Nadie puede descartar un posible triunfo del Apra o de un tercer candidato, digamos un independiente en segunda vuelta”. Y así sucedió, en aquella elección de 1990 no ganó Vargas Llosa, sino un desconocido: Fujimori.

En una reunión coincidió Pablo Macera y Martha Hildebrandt, por entonces presidenta del Congreso. Ambos conversaban amenamente y la lingüista le dijo: “Si el presidente Fujimori te conoce, le vas a encantar. Yo te lo quiero presentar”, recuerda su amiga Sylvia Vegas, quien fue la anfitriona de ese ágape en su casa de Miraflores. Se dice que el mandatario lo invitó a un viaje de avión donde lo convenció de pertenecer a su partido. ¿Qué lo motivó? dos factores: reconocimiento y problemas económicos. Para sus allegados más lo primero.   Para otros, viceversa.

10 de mayo del 2010: Pablo Macera recibe, por el 459º aniversario de la Universidad Nacional Mayor de Marcos, la placa por ser uno de los egresados más destacados. (Foto: Andina)

“Creo que era un tema de falta reconocimiento. Eso explica mucho porque te dejas tentar por determinadas ofertas que tienen un lado atractivo. Creo que en algún momento él tuvo que reconocer que se equivocó”, dice su hijo Javier. Después de las feroces críticas que lo apartaron de la escena pública, para muchos fue Julio Cotler quien le tomó la posta para analizar la realidad peruana. Macera fue quien parió una frase muy recordada y polémica: “El Perú es un burdel”.

“En el 2000 mis yerros fueron aún mayores. Por lo general buscamos el reconocimiento a cualquier precio. Dentro de mi vanidad herida supuse que el Perú me había desperdiciado y que necesitaba una suerte de vindicación. Fue una vana apuesta”, le confesó al escritor Rodrigo Núñez Carvallo, años después de su paso político. Núñez lo recuerda cuando visitaba su casa para hablar con su madre, la pintora Cota Carvallo. Entre Macera y Carvallo hubo buena amistad. Ambos tenían raíces huachanas.

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Su desliz otoñal no empaña su prolija obra historiográfica. “Sus trabajos de investigación constituyen, sin duda, clásicos de la historiografía peruana”, agrega Alejandro Salinas. Macera renovó métodos, conceptos y perspectivas de investigación científica. “Estaba al tanto de las nuevas maneras del trabajo histórico. Sigue siendo el historiador más modernizante del Perú del siglo XX”, considera su colega Hugo Neira.

Tirso de Molina escribió en El Melancólico: “Con noble ingenio y estudiosa vida”. Así podría resumirse su aventura por estos lares. En una de sus acostumbradas reuniones Pablo se levantó intempestivamente y golpeando la mesa gritó: “¡Yo soy la historia!”. Los presentes conocedores de su humor tan cambiante solo reían. Uno de ellos solo replicó: “Sí, Pablo. Lo eres”.