La primera vez que su abuelo la tocó —recuerda Rosa*— ella tenía cinco años de edad y estaba vestida con un mandil del jardín de infantes. “Es uno de los primeros recuerdos de vida que tengo”, lamenta la víctima, quien hoy tiene 36 años, trabaja como traductora de idiomas y aún mantiene su fe evangelista.
Rosa dice que su abuelo era una persona bonachona. “Como todo el mundo aún lo ve”, cuenta. Se trata de José Rengifo Tenazoa (86), quien por mucho tiempo fue uno de los líderes de la Iglesia Evangélica Bautista Maranatha, ubicada en el distrito de San Juan de Miraflores.
Rengifo reside actualmente en los Estados Unidos, mientras que su nieta padece cáncer de ovarios y sufre de depresión, ocasionada por los constantes abusos por parte de su pariente, a quien ha decidido denunciar ante la justicia.
El poder del abuelo
En algunas iglesias evangélicas existe el cargo de “anciano”. Se trata de una persona que se dedica a dirigir asuntos administrativos de la comunidad religiosa y también a predicar la biblia.
“En unas iglesias, la máxima autoridad es el pastor. Mientras que en otras son los ancianos, que son un grupo de laicos que administran la iglesia y predican la palabra”, dice Rosa.
“En la iglesia evangélica de organización presbiteriana (como la Iglesia Evangélica Bautista Maranatha), esta es gobernada por un conjunto de ancianos, conformado por líderes laicos”, explica Juan Fonseca, historiador e investigador especializado en religión, quien dice que el término “anciano” se refiere a una figura de autoridad.
José Rengifo era uno de los ancianos líderes de la Iglesia Evangélica Bautista Maranatha, pero también era músico. De hecho, por eso era conocido por muchos de los fieles. “Dentro de la iglesia se admira y respeta mucho a los músicos (…) A él lo invitaban a otras iglesias, en todos lados me preguntaban por él y mucha gente iba a mi casa para que les enseñara a tocar instrumentos”, cuenta Rosa.
Según una denuncia policial hecha por Rosa el 22 de julio del año pasado, la última vez que su abuelo la tocó fue la tarde del 24 de diciembre de 1997, en vísperas de navidad. Ambos estaban solos en casa. Rosa tenía 13 años de edad. Sus hermanas estaban en la iglesia. Sus padres, de compras. Rosa narró a las autoridades que su abuelo tocó la puerta de su cuarto. “Me hice como que tenía cosas que hacer y él me dijo ‘bueno entonces me voy’”, dice la víctima, quien aún recuerda lo ocurrido momentos después.
“Al momento de acercarse a despedirse, me comenzó a decir que va a ver lugares donde ambos podamos ir, para que me pueda llevar. Yo empecé a asustarme mucho (…) Él me daba indicaciones y yo seguía todo lo que me decía. Luego abusó de mí, pero llegaron mis papás (…) Yo estaba muy asustada y tenía miedo”, lamenta Rosa.
Tras sufrir la agresión, la víctima cuenta que corrió al baño a lavarse con agua. “Me daba asco”, recuerda Rosa, quien asegura que su abuelo le pidió que no le cuente a nadie sobre lo ocurrido.
Un día después de la agresión, el 25 de diciembre de 1997, Rosa delató a su abuelo. Sus padres enfrentaron al acusado, pero el líder evangélico era muy poderoso, en casa y en la iglesia. “Nos alejamos de él, era lo máximo que podíamos hacer”, dice la víctima.
Entre el silencio y la muerte
Distanciada de su abuelo, Rosa continuó su vida, aunque sin ánimos de vivirla y con un dolor de espalda y cadera que se intensificaban en situaciones de estrés. A mediados de 2019, acudió a una clínica, donde le dijeron que le habían detectado tumores en los ovarios. Pero que aún no podían definir si estos eran malignos.
En octubre de 2020, Rosa se realizó una ecografía en el Seguro Social. Los resultados se los dieron dos meses después. En enero del 2021, un médico le explicó a Rosa que tenía cáncer de ovarios en fase 3. Es decir, muy cerca de la metástasis.
Por la pandemia del COVID-19, Rosa no pudo tratarse en ningún hospital del Estado. Y acudió a la clínica Auna, donde gastó casi todo su dinero en dos operaciones y en tratamientos de quimioterapia y radioterapia. Posteriormente, se trasladó al Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásicas (INEN), donde le extirparon gran parte del tumor. Hasta la actualidad, Rosa pasa por quimioterapia y controles periódicos.
Rosa asegura que fue el cáncer lo que le quitó el miedo para denunciar a su abuelo ante las autoridades, pese a que habían pasado más de veinte años desde los abusos. “Esas sensaciones me hacían recordar la época cuando pasaba los abusos de mi abuelo, donde me sentía igual (…) Sentí que no me quedaba más tiempo, y decidí tomar cartas en el asunto, dejar de hacer como si nada hubiera pasado, cosa que hice muchos años”, explica.
El 5 de julio del 2022, asesorada por el Centro de Emergencia Mujer (CEM) del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP), Rosa acudió a la Comisaría de Villa, en Chorrillos, donde denunció a su abuelo por los delitos de violación de la libertad sexual y actos contra el pudor de menores. El parte policial, redactado por el instructor PNP William Peña Paredes, describe los episodios de violencia sexual que la nieta sufrió por parte del líder evangélico, desde los 5 hasta los 13 años.
La denuncia policial llegó a la Fiscalía Especializada en Violencia de Género contra la Mujer de Chorrillos el 15 de julio de 2022, según el cargo de ingreso de carpeta fiscal. No obstante, Rosa precisa que su caso recién llegó al Ministerio Público en marzo del 2023. “Yo fui a Fiscalía a preguntar por mi denuncia en septiembre, diciembre, febrero y en marzo recién había llegado”, cuenta.
El pasado 30 de mayo, la jueza Silvia Torres Paredes, del Octavo Juzgado de Familia de la Corte Superior de Justicia de Lima Sur, dictó tres medidas contra el denunciado: prohibición de acercamiento en un radio de 300 metros, prohibición de comunicación y de represalias. La magistrada también ordenó terapia psicológica para la nieta y un patrullaje policial constante en su domicilio.
En el Centro de Salud Mental Comunitario Coronel San Wilelmo Pedro Zorrilla Huamán de Chorrillos, Rosa fue diagnosticada de distimia, una forma de depresión “más leve, pero de larga duración, que también se le conoce como trastorno depresivo persistente”, según la Stanford Medicine Children’s Health. Su informe psicológico, además, señala como “antecedente relevante” los episodios de violencia sexual que sufrió por parte de su abuelo. Ahora, a diario se medica con fármacos psiquiátricos.
Dos décadas después de los hechos, Rosa cree que una forma de sanar y prevenir la violencia sexual es contando su historia. “Esto puede estar pasando a niñas o adolescentes que están aún cargando ese peso que las carcome, y solo por cuidar la imagen religiosa, nos sacrificamos y silenciamos”, dice.
En julio de este año, Rosa envió un mensaje escrito a su abuelo, a través de sus familiares, donde le informó que lo ha denunciado ante el Ministerio Público, le exhortó a pagar una reparación civil y le anticipó que hará pública su historia. Desde entonces, gran parte de su familia ha cortado comunicación con ella. Optaron por proteger al líder evangélico, quien actualmente reside en Estados Unidos, lejos de su nieta y de las autoridades peruanas.
EL FOCO se contactó con una de las hijas del denunciado para solicitar su versión de los hechos. No obstante, hasta el cierre de edición, no obtuvimos respuesta. También contactamos al yerno del líder evangélico, el pastor Eduardo Alfaro, actualmente a cargo de la Iglesia Evangélica Bautista Maranatha, pero este apenas respondió: “no tengo su contacto”.
*El nombre de la denunciante ha sido cambiado para mantener su identidad en reserva.
**Para colaborar con la situación económica de la víctima, que necesita costear sus tratamientos contra el cáncer, pueden comunicarse al siguiente número: 931091773
***Eloy Marchán, presidente de la Asociación de Periodistas El Foco, concurrió entre 2008 y 2011 a la Iglesia Maranatha. Por motivos de un potencial conflicto de interés no ha participado en la discusión, elaboración ni edición del reportaje.