Cuando muchos esperaban un discurso de autocrítica y humildad que convocase a todos los sectores políticos, el ahora rechazado premier Pedro Cateriano ofreció una larga perorata que polarizó al Parlamento. Y es que no se trató solo de estar a favor de la minería, como declaró el rechazado premier en su discurso, sino de ubicarla como el centro de la historia nacional –“Perú, país minero”– y de presentarla como si fuese la única posibilidad de desarrollo.
No deja de ser expresivo, por ello mismo, que, al tiempo que el premier presentaba a la minería como la columna vertebral del país, el conflicto en Espinar siguiese enfrentando a ciudadanos y a policías mandados por la mina: antes que pensarse como la columna vertebral, la minería recuerda el látigo que ha marcado a sangre el espinazo del país, en tanto condensa la historia de colonialismo, racismo y clasismo todavía presente en nuestro régimen económico.
Al llegar al Congreso para el voto de confianza, el entonces todavía premier Cateriano olvidó que, en paralelo a las bancadas del hemiciclo, le hablaba también a todos los peruanos y peruanas. Su apuesta no fue priorizar la vida o la salud en medio de la muerte, ni solidarizarse con el dolor nacional.
En tiempos de luto y enfermedad extendidos, quienes escuchamos a los representantes políticos legítimamente elegidos, pendientes de la televisión o la radio, buscamos narrativas ordenadoras, voces de líderes que nos permitan organizar nuestros miedos y nuestras expectativas.
“El premier Cateriano condensaba así los vicios y límites de un proyecto liberal de derechas que se declara antifujimorista y democrático, pero que no tiene interés en cuestionar las consecuencias de la racionalidad económica en los 90”
Ello incluso si estas narrativas, paradójicamente, reconocen su propia cualidad de incierta, de no saber qué es lo que va a pasar o de saber que las cosas se van a poner peor (y algo de eso hay en la popularidad de Pilar Mazzetti, a quien se ve como una mujer de ciencia, una lideresa fuerte que puede decir las verdades difíciles a la cara).
Pero nada de eso hubo en el discurso de Cateriano. El premier condensaba así los vicios y límites de un proyecto liberal de derechas que se declara antifujimorista y democrático, pero que no tiene interés en cuestionar las consecuencias de la racionalidad económica en los 90, que puede darse el lujo de reunirse con el fundador de un partido que no tiene representación en el Congreso mientras diferentes regiones se ahogaban literalmente por la pandemia, que preferirá siempre llamar como funcionarios públicos a miembros de su mismo círculo social y defenderlos públicamente (y ser defendido por amigas y amigos con columnas de opinión en diarios de la capital).
Es, por tanto, que la soberbia que muchos notaron en el premier no es una casualidad o aditamento, sino la pieza clave que sostiene en la esfera pública un discurso que, de otro modo, haría agua por demasiados lados.
La impresión, entonces, que dejan las bancadas que votaron a favor de la investidura es que lo hicieron por default; que hubiesen votado por el premier de cualquier modo sea lo que sea que hubiese dicho, bajo el argumento atendible, pero debatible, de que “es mejor tener a Cateriano a prolongar la crisis”.
Lo que olvidan es que, no para pocos ciudadanos, tener a Cateriano como premier significaba prolongar la crisis: al conflicto en Espinar se ha sumado el conflicto en Loreto por el Oleoducto Norperuano, todo esto mientras el rechazado premier prometía recortar el tiempo que lleva realizar la consulta previa.
Una respuesta popular en las redes tras el rechazo a Cateriano fue culpar de todo a la contrarreforma universitaria: todos los congresistas que votaron contra la investidura habrían sido guiados por intereses subalternos, arremetiendo contra la Superintendencia Nacional de Educación Universitaria (Sunedu) y el ministro Martín Benavides.
Pero, antes que apelar a lugares comunes (los congresistas son “todos unos inmorales”, este congreso es “igual peor que el anterior”), habría que reconocer al menos dos lógicas en el Parlamento actual: la lógica de izquierda (UPP, Frente Amplio, FREPAP) versus derecha (todos los demás), en donde se disputan y construyen los intereses de las y los ciudadanos (el pueblo); y la lógica de reforma versus contrarreforma universitaria (Podemos, Alianza Para el Progreso, parte de Acción Popular), donde se disputan intereses privados de una minoría de empresarios que apuntan a capturar el Estado.
Irónicamente, y frente a otro lugar común (que son las izquierdas las se dividen constantemente), lo que ha mostrado el blooper Cateriano es la división de las derechas: una derecha que prioriza sus emporios educativos por sobre todo –incluso sobre la salud en medio de la pandemia– y otra que prioriza grosso modo el modelo económico (y que apela para ello, sin vergüenza alguna, al extractivismo minero) pero que no tiene problemas sacrificar los emporios de la educación superior. Casi casi, una pelea de primos. ¿Se hará responsable la derecha de sus vicios?