Treinta años después del autogolpe perpetrado por el dictador Alberto Fujimori, el presidente Pedro Castillo también quiso que lo recordaran un 5 de abril. Al filo de la medianoche Castillo declaró estado de emergencia y toque de queda en Lima y Callao. ¿La justificación? Informes de inteligencia —hasta ahora desconocidos— que alertaban que el 5 de abril se iban a producir desmanes en la capital y el primer puerto. La medida tuvo un efecto milagroso: unió en contra de Castillo a los opositores del gobierno y a los pocos aliados que todavía le quedaban al régimen.
Cuando Lima amaneció, en los paraderos, muchos ciudadanos recién ahí se enteraron de que había estado de sitio en la capital. Se sabía que el gobierno de Castillo era improvisado, pero no tanto. A las tres de la tarde el presidente concurrió al Congreso, junto al premier Aníbal Torres y cinco ministros, para explicar la ilógica decisión de encerrar a la capital. A la misma hora, muchos ciudadanos, principalmente de los distritos de clase media, salieron a las calles pidiendo la renuncia de Castillo. La avenida Abancay, a dos cuadras del Congreso, fue el punto hasta donde llegó gran parte de los manifestantes.
Y, como no se había visto hasta ahora, los ciudadanos que llevan meses pidiendo la salida de Castillo tuvieron convocatoria. Esta vez no fueron cientos, sino miles. Luego de casi una hora de reunión en el Congreso, Castillo anunció que derogaría el decreto que estableció el toque de queda en Lima y Callao. Y como ya es una costumbre del gobierno actual: el mensaje tuvo un efecto contrario. Pues lo que vino después fueron violentos enfrentamientos en la avenida Abancay entre la policía y vándalos. La marcha de los ciudadanos que pedían la renuncia de Castillo llegó a su fin en ese momento y el Centro de Lima pasó a convertirse en tierra de nadie.





















